EL DÍA, por Dostoievski
Si hay una película que haya sido especial objeto de controversia en estos últimos meses, es la ambiciosa adaptación de Díaz-Yanes de las novelas del Capitán Alatriste, escritas por el célebre Arturo Pérez-Reverte.
Y es que Yanes se propuso la tarea de adaptar, ya no uno, dos o tres libros, sino la totalidad de los que integran la saga: nada más y nada menos que cinco novelas, repletas de giros argumentales, sucesos y personajes.
Yanes, que cargaba ya a sus espaldas la espléndida Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto (1995) y la arriesgada, y finalmente fallida, Sin noticias de Dios (2001), que estuvo nominada nada menos que a diez premios Goya, da un giro de noventa grados con su nueva película..
Contrastada con estas dos obras, de carácter personal, ideadas en su totalidad por este poco prolífico pero singular autor, Alatriste se volvía doblemente ambiciosa: a la ya comentada dificultad de adaptar cinco novelas, se añade la de un completo cambio de registro, que obliga a Yanes a encargarse, por primera vez, de una historia ajena a su creación, de pasar del extremo del cine de autor al de la película de género –y para colmo, basada en texto ajeno-.
Las opiniones, como se anuncia en la primer línea, han sido muy diversas: desde quienes la señalan como adalid del renacimiento del cine serie-z en España, hasta muchos críticos que, mientras se guardan, con pretendido disimulo, un fajo de billetes en el bolsillo trasero del pantalón, aseguran que es una obra maestra irrepetible.
El primer objeto que bombardean los detractores es el guión: dicen que inconsistente, confuso, pretencioso. Los más duros con la película observan que es una sucesión de escenas escogidas al azar, sin una sucesión lógica de los acontecimientos, y carente de la estructura que se presupone que todos esperamos de esta clase de cine.
Pues bien, dejo de registrar las opiniones ajenas para hablar de la mía propia: A mí me gusta el guión de Alatriste. Creo que Yanes ha sabido extraer con una intuición admirable la esencia de las aventuras de este capitán que no es capitán. Resulta evidente que no puede realizarse tamaña empresa de adaptación sin incurrir en errores (y más aún si tenemos en cuenta la proporcionalmente escasa duración de la película: dos horas y media). Y por tanto, aunque notablemente escrito, el film no evita ciertos bochornosos tropiezos: la introducción de algunos personajes es atropellada y torpe, otros están bastante desaprovechados, hay algún que otro cabo suelto en el desarrollo del argumento... . Pero en conjunto, opino que se ha logrado lo que, al menos yo, le pedía a la película: que supiera captar la esencia de su personaje central y de la época que le había tocado vivir, y, por supuesto, que sostuviese la lucidez y agudeza de Reverte en su mirada sobre nuestro país y sus gentes.
Lo que más me sorprendió una vez vista, fue que Agustín Diáz-Yanes había logrado hacer una película indiscutiblemente suya, basándose en la obra de otro.
Y lo primero en llamar la atención en este sentido, es el aire casi minimalista que mantiene, la cámara cercana a los personajes o a su entorno inmediato, la ausencia de planos generales tan acostumbrada en el cine llamado épico. La obra, pues, alterna escenas de acción novelesca y batallas (casi siempre escaramuzas) con una mirada sosegada y triste sobre unos hombres en unos tiempos donde la sublimidad aparente de aquél Imperio donde el sol nunca se ponía, contrastaban con la corrupción y miseria internas, y con los frentes de batalla cada vez más numerosos que se abrían como tajos sangrantes de aquélla España brillante y decadente.
En Alatriste lo lírico y lo épico se funden en un todo, dando lugar a la tragedia de este falso capitán, que es a su vez la de una época y la de un país. Con un tono que combina la exaltación puramente romántica del leal antihéroe y la contemplación tenebrosa, triste y atroz de unas circunstancias y de quienes tuvieron que vivirla, se mezclan indiscerniblemente la realidad y la ficción, y quedan ante nuestros ojos un puñado de personajes reales que, en sus perversiones, dilemas y culpas bien pudieran salir de cualquier novela de aventuras, junto a otros, inventados por la mente de un escritor, pero que bien pudieran ser reales.
Visualmente, es una película hermosa, sin caer en un abusivo preciosismo y con continuas referencias a la pintura de Velázquez. El brumoso y sanguinario ataque del principio o la profunda tristeza de la visita al hospital de sifilíticas quedan plasmados a la perfección por el manejo plural de la fotografía de Paco Fermenia, y por otra parte, gracias al elobiable talento de Díaz-Yanes tras la cámara.
Roque Baños, músico del que tenía poca o ninguna noticia, compone una acertada partitura, que se eleva notablemente en los últimos quince minutos de película –que comentaré más adelante-.
Aparte de su guión, Alatriste presenta asperezas e imperfecciones en otros aspectos. El más evidente es el de los intérpretes: mientras unos, como Viggo Mortensen (que, a pesar de su extraño acento guiri-castellano, le insufla vida y alma al complejo protagonista), Juan Echanove, Javier Cámara, Eduard Fernández o la desaprovechada Pilar López de Ayala (acaso la mejor actriz de su generación) logran hacer sólidos y veraces a sus personajes, otros, como Unax Ugalde y, sobre todo, Elena Anaya, los convierten en inexpresivos recitadores de amenazas y sentimientos.
Después, está el hecho de que a la película le falta metraje para aclarar ciertas cosas y enderezar otras, sobre todo al principio.
Pero, en conjunto, el trabajo de Díaz-Yanes me parece ejemplar. Ha logrado una notabilísima película de aventuras, donde espectáculo (quizás sabroso para menos paladares de los que productores y distribuidores hubieran deseado) e intimismo van de la mano. También, un discurso histórico frontal y en absoluto complaciente.
Quedan para la memoria, secuencias como el paseo de Quevedo por una nevada calle madrileña, mientras el Conde Duque de Olivares, preocupado por la famosa mala leche de los versos del poeta, lee Los muros de la patria mía.
Pero, sobre todo, me emocionan esos últimos quince minutos que abordan la batalla de Rocroi, primera gran derrota de los Tercios Viejos, y el principio del final de aquella España cuyo poderío, comenzaba, cada día más, a ser una vulgar ilusión. Estos momentos finales de la película, me recuerdan, por su ambientación casi fúnebre (donde la música juega un gran papel) a Hasta que llegó su hora (C'era una volta il west, 1968, de Sergio Leone), obra cumbre del director italiano, y a Grupo Salvaje (The Wild Bunch, 1969, de Sam Peckinpah) por el aliento épico e intensamente trágico que desprenden esos hombres que mueren de la única manera que saben, matando, leales a un país al que no debían nada, y que si no terminaba de derrumbarse era gracias a las espadas y arcabuces de aquéllos pobres diablos. “Cuenta lo que fuimos”, le dice un agonizante Eduard Fernández al joven Iñigo de Balboa, transmisor de la historia. Todo este tramo es una obra maestra en sí mismo, fraguado en las vísceras y en el corazón. Al final, Yanes repite en boca de Balboa las palabras que inician el primer libro de la saga, torciendo el desarrollo lineal de la película y creando un círculo que conecta el término del film y el inicio de las obras literarias en las que está inspirado. Este majestuoso juego artístico no está presente en las novelas de Pérez-Reverte.
Concluyendo, una película, si bien no absolutamente redonda, excelente en su conjunto. Para nada ligera, pero fascinante en su denso desfile de personajes y tramas políticas y amorosas. Una aventura crepuscular para recordar, que constituye, aparte de un proyecto sin precedentes en nuestro cine, uno de los escasos productos estimables en la mediocre cinematografía española de los últimos veinticinco años.
LA NOCHE, por Schillermann
Saludos a todos, habituales camaradas de refinados contenidos y cinefilia variada. Esta vez escribo porque mi colega el Dr Yeski me propuso que yo hiciera la (desencantada) critica de Alatriste, para contrastar con la (piadosa) suya. En primer lugar, quiero dejar claro que no soy uno de esos tiñalpas que se arrastran por la vastedad de la web articulando con sus necios apéndices vituperios en contra de la película cuando ni siquiera han leído las novelas en que se basa. Yo las he leído todas con gran interés, pues aunque hay que reconocer que no son obras maestras de la literatura universal, son un indiscutible ejercicio didáctico de remembranza histórica, algo que esta puta España desmemoriada y amilanada necesita de veras. También he de confesar que siento una profunda admiración hacia Pérez-Reverte (aunque esta vez te has pasado promocionando la peli, cabron), por razones personales y por hasta ahora una intacta identificación con sus creencias y opiniones, pero eso no me impedirá ser critico con la película, así que empiezo. Esperaba impaciente su estreno, pues una película de estas características es un deleite para un amante del cine histórico y la historia militar como soy, además española y basada en uno de los personajes mas deliciosamente amargos y lucidos que haya leído, el viejo don Diego Alatriste y Tenorio. Pero cuando aparecieron los créditos del final, mi cara manifestaba una inesperada expresión y indiferencia. A mi parecer, el guión, si realmente se le puede llamar asi, no es mas que un muestrario de moquetas sobre las aventuras que se pueden encontrar en las novelas, una sucesión ordenada de fragmentos y sucesos que parecen encadenarse siguiendo una pauta lógica que en su conjunto no alcanza a formar un argumento medianamente coherente, no coherente, sino lineal o estructurado. Al pretender comprimir cinco novelas en dos horas, lo único que han logrado es recortar y pegar fragmentos, como quien corta y pega el negativo de la película en orden cronológico esperando a ver el resultado final. Aparte de todo lo que este proceso conlleva en si, que no es cosa baladí en cuanto a desmanes, se logra una simplificación de escenas que en ocasiones parecen rodadas de forma superficial, como queriendo librarse de ellas cuanto antes. Por ejemplo, la escena en la que Alatriste ha encontrado el escondite de Gualterio Malatesta (uno de mis villanos preferido) y le encañona con su pistola mientras este se encuentra en la cama enfermo esperando estoicamente el tiro que acabe con su vida, y justo entonces entra la amante de Malatesta.
Esta escena que en la novela era tensa y vertiginosa, en la película llega a extremos de estupidez, con la amante de Malatesta entrando tranquilamente en la habitación, como si en vez de un extraño armado con ojos de haber atravesado los siete infiernos de Dante, tuviese delante al párroco orando por la recuperación de su amante. En cuanto al reparto, Viggo lo clava, es el maldito Alatriste, y sobre esto no hay mucho que decir. Javier Cámara como Olivares a mi parecer cumple su papel, Juan Echanove de Quevedo es sin duda muy atractivo. En cuanto al resto, prefiero no comentar mucho sobre ellos, pues son personajes que tampoco en las novelas estaban dotados de una profundidad resaltable, no obstante, haré dos excepciones: la señorita Angelica de Alquezar y Gualterio Malatesta de Palermo. La perversa doncellita que en las novelas es uno de mis personajes preferidos (perdónenme, no puedo evitar ser presa de esa clase de mujeres astutas y audaces que logran con una sonrisa lo que un hombre no logra con un ejercito, para mi no hay mas absoluta expresión de feminidad), veo como en la película es un personaje nulo, mar caracterizado y pero interpretado, falto completamente de esa maldad nata del personaje de Reverte, sin duda una de las mayores decepciones y fallos de la cinta. Y de Malatesta, la elección del actor me parece correcta, aunque no del todo su caracterización. En la película prácticamente se lo cargan, adiós a esos ademanes de víbora rastrera y traicionera ataviada de riguroso negro, dispuesta a soltar un estramazón desde la esquina mas oscura de la callejuela y no dar cuartel por mi desesperada que sea la suplica, adoro su frase “no creo en mas Dios que el que uso para blasfemar”, para mi otro personaje mutilado por la terrible adaptación. Sobre el apartado técnico, es una delicia la recreación de la época, la vestimenta, los morriones, corazas, picas, arcabuces, estandartes, es todo un deleite, el realismo de los combates a ropera y misericordia, la crudeza de las escenas de lucha, sin miramientos, directas y políticamente incorrectas, como debe ser en estos casos, amen de detalles que hacen que frikis como yo sonrían como simios, como al principio Alatriste cruzando el río con la mecha de su arcabuz anudada en la muñeca para mantener la llama, o cuando clavan los oídos de los cañones holandeses para inutilizarlos, o como Alatriste le da cuerda a la rueca de su pistola de rueda. Mucha de la pompa anunciada se pone en evidencia en la batalla de Rocroi, aspecto del cual hablare ahora. A mi parecer es una escena bien rodada y mejor resuelta, pero fluctuante en algunos momentos. Que nadie espere ver una versión imperial española de El Patriota, pues aquí no hay planos generales por ninguna parte. Aunque es una escena hermosa y bien resuelta como he dicho, me parece del todo insuficiente para querer representar la batalla de Rocroi. Nos especifican claramente que es el final, que llevan ocho horas arcabuceándose, pero aun así, señores, en aquella simbólica batalla que se libro un 19 de mayo de 1643, que para los tercios fue un desastre, pues de los 20000 españoles que combatieron, 4500 estaban en los tercios, y de esos 4500, 3000 quedaron allí. Creo que lo visto en la película se queda en una minucia comparado con las cifras, pero no es cuestión de eso, sino en la forma de rodarlo. Cuando no se cuenta con los medios necesarios, hay que agudizar mucho el ingenio, y aunque la batalla tiene escenas muy bien realizadas, hay otras que a mi parecer debieron quedarse en la sala de montaje, como ese plano en el que aparece un único cuadro de infantería defendiéndose de la caballería francesa. Me pareció pobre y lastimera la inclusión de ese plano dentro de una gran batalla. Otro detalle que no me convence en absoluto es que parece que los extras tiene un papel asignado, y eso no es bueno cuando hay falta de medios. ¿Por qué si en un plano aparecen los arcabuceros abriendo fuego, no poner a todos los extras disparando arcabuces? O lo mismo pero con las lanzas, y por favor, no mostrar los espacios vacíos, que todo el plano este lleno de hombres, sigo diciendo que es una gran batalla. Una de las cosas que aun no entiendo es por que no se usa fuego real en los planos cerrados, el efecto es muchísimo mas realista e imponente, especialmente con la artillería. Se nota claramente cuando solo queman pólvora. Si esos cañones dispararan de verdad el retroceso seria increíble, y el estruendo, y la humareda, seria un espectáculo. Y no me digáis que deliro, algunos directores rusos usaban fuego real en sus películas, y no armas de pólvora negra, sino ametralladoras, y sabéis que? Es acojonante. Pero en fin, a grandes rasgos y con independencia del hecho que intenta retratar, la escena de la batalla es hermosa, intima y minimalista, con una música fúnebre que presagia el destino de aquellos infelices que dieron su sangre por una patria perra e ingrata que nunca mereció el sacrifico de tantos buenos vasallos. Vivaspaña, camaradas, Vivaspaña y la madre que parió su envenenada idiosincrasia que sigue intacta por muchos siglos que pasen. Y termino ya con esto, resumiendo que la película resulta plana, secuencial y con escaso atractivo salvo los frikis históricos como yo, ya que hablamos que cine histórico, de batallas y patrias y esas gazmoñas, os invito a conocer el cine histórico polaco, que es todo un ejemplo de cómo hacer cine con identidad nacional, con medios, y sobre todo con elegancia, ved películas como Pan Tadeusz o Con Sangre y Fuego, una lección de cine histórico surgida del sentimiento de nacionalidad polaca, el fruto de siglos y siglos de dominación por parte de todo cristo, de un anhelo de independencia truncada una vez, y otra, eso es el nacionalismo polaco, el deseo casi inmortal de autodeterminación, y no sabéis la lindeza de su retrato en el cine. La escena inicial de Pan Tadeusz habla por si misma, donde los exiliados polacos en un polvoriento piso parisino recuerdan las esperanzas y sueños de independencia que 20 años atrás les brindo la invasión napoleónica, ya desvanecidas entre los versos del nostálgico poema que da nombre a la película.