
Campanadas a medianoche/Falstaff (1965), de Orson Welles.
Siendo uno de los films menos afamados de Welles (en buena parte debido a las vicisitudes económicas y espaciales que sufrió el rodaje), Falstaff es un film que demuestra una vez más la increible habilidad del genio, tanto como director, actor, guionista, adaptador (nada más y nada menos que tres obras de Shakespeare son singularmente sintetizadas, pero Welles decide elevar como protagonista absoluto al simpático secundario Jack Falstaff) y "disfrazador". Porque, no se le puede llamar de otra manera que disfrazar a las maneras efectivas y elocuentes con las que este grande logra disimular las deficiencias monetarias que sufría. Sólo disponían de cinco días para grabar con Jeanne Moreau, diez para rodar con John Gielguld y siete para hacer de la Catedral de Soria el palacio de intrigas, ecos y discursos de Enrique IV. Dios sabe cómo, Welles supo desenvolverse en todo esto, y además, rodar una grandiosa e inolvidable batalla donde la pericia técnica aplasta la pobreza de medios, donde un prodigioso montaje la transforma en una escena mucho más digna que tantas de las aclamadas y efectistas batallas del cine actual.
Falstaff, si no fuera por la existencia de una cámara y sus inequívocos encuadres, sería nada más y nada menos que una obra de teatro. A ello nos remiten los diálogos, los actores, el limitado espacio en que se desarrolla la película (Principalmente el castillo y la taberna).
Campanadas a medianoche es el eterno retorno de Welles a sus temas predilectos : la amistad, el paso del tiempo, la ambición, la traición, la responsabilidad ; pero tratados (me atrevo a decirlo, sí) con más madurez que en películas sacralizadas como lo son Ciudadano Kane o El cuarto mandamiento.
El protagonista absoluto de la función es Jack Falstaff (infalible Orson Welles), un hidalgo que dedica sus días a hacer el pillo y vaguear, bebe, fornica, roba, engaña... pero por encima de todas esas actitudes está su amistad hacia el príncipe de Gales, pupilo de sus trastadas. Jack es un gordo bonachón, un simpático haragán, que hace de la vida un compendio de necesidades inmediatas que ha de llenar de la forma que sea, robando o pidiendo eternos préstamos. Falstaff es la espontaneidad, el espíritu dionisíaco, el afán de placer por encima de cualquir otra necesidad. En la taberna le vemos hacer reír a un inmenso público, beber desenfrenadamente ante los gritos desesperadamente ante los gritos de la tabernera (Margaret Rutherford) a quien le debe cada vez más dinero, contar falsas aventuras y tomar el pelo.
Luego, está su eterno compañero. El príncipe de Gales es un chico afeminado, alocado, que sigue a Falstaff en sus correrías, que le engaña y bromea con él. Jack cree en la eterna amistad del joven, aún cuando este sea llamado a ocupar su lugar en el trono. Ingenuo, Falstaff, no logra comprender esos dos avisos que le hace seriamente el príncipe : en uno de ellos le dice que las fiestas serían tan aburridas como el trabajo si no fueran escasas, y que él las disfrutará como una etapa, pero que luego, las deberá abandonar, pues con el tamaño de sus faltas, cuando sea un rey bondadoso, "más grande será su sombra".
Mientras tanto, el palacio de Enrique IV es todo lo contrario. No hay lugar para la espontaneidad, los diálogos jocosos de la taberna son cambiados por discursos patéticos, el desenfreno por recato y discreción. Es un lugar lleno de voces lastimeras que llenan de ecos el palacio, de un rey que llora la irresponsabilidad de su hijo.
La película, como digo, casi una obra de teatro, es partida en dos por una escena bélica : la maravillosa batalla antes comentada. Un combate en un bosque brumoso, que acontece por culpa de la necedad de un rey y el afán de intrigar de un noble, y que llena los campos de sangre y deshace las vidas humanas a decenas por segundo. Esta crudeza contrasta e incluso se redime mínimamente por los divertidos episodios que le acontecen a nuestro fofo protagonista, que permanece escondido la mitad de la batalla y la otra mitad se hace el muerto, para finalmente adjudicarse la muerte del enemigo mayor del ejército de Enrique IV, asesinado en realidad por su amigo el príncipe. No es, por supuesto, el único momento gracioso al que da lugar Falstaff : ahí están sus odas al vino, sus descaradas mentiras, su huída de los falsos bandidos en el bosque, y un largo etcétera. Pero a pesar de la aparente simpleza estúpida del personaje, muchas de las más grandes verdades del film son pronunciadas por sus lascivos labios ("¿Qué es el honor? Aire, sólo aire").
Esta inolvidable tragicomedia concluye con la aceptación del príncipe de su responsabilidad de ser rey, ante la agónica y enorgullecida mirada de su padre. Falstaff, emocionado, va a saludarle en plena ceremonia de coronación, y este le responde con una mirada fría, le encarcela y destierra bajo pena de muerte hasta que haya demostrado reformarse. Nuestro protagonista, hasta el último momento, piensa que la actitud del príncipe fue sólo una pequeña broma, o bien un disfraz que llevar en público. Incapaz de entender el anunciado cambio de su amigo, su corazón queda destrozado. Finalmente, Falstaff muere melancólico, jugando con unas florecillas entre las sábanas.
Técnicamente el film es un total made in Welles : planos arriesgados (picados, contrapicados, etc), alterne entre cámara estática y al hombro, escenas de montaje tan curioso como extravagante, primeros planos para nada gratuitos... . Sabia fue la elección del blanco y negro para filmar la película, dándole a sus imágenes el aspecto, casi, de un grabado en madera, otro pilar en el que apoyarse suprimiendo la evidencia de la escasez que le habría arruinado el film a un tipo menos hábil. Las actuaciones son apoteósicas, destacando a Orson Welles en uno de los mejores papeles de su carrera, a una adorable Margaret Rutherford, al solemne y patético Gielguld, y a una breve pero irreprochable Jeanne Moreau, sin verse empañados por ellos otros actores como Fernando Rey. Una banda sonora bien escogida (De la que en ningún momento se abusa), un vestuario y ambientación absolutamente realistas (que le dan al film un tono natural y creible, en oposición a sus diálogos y discursos) y una notable fotografía coronan este magistral trabajo, sin duda, la mejor recreación del universo shakespeariano hecho en el cine.
Indiscutiblemente, uno de los trabajos más estimables, una cumbre indiscutible, un film emotivo, divertido y profundamente triste, capaz de provocar tanto carcajadas como lágrimas.
Y Falstaff...esa caracterización quedará para la historia.
Escenas destacables : copiando a Martínez Lázaro, me atreveré a destacar ese diálogo entre el juez Shallow y su primo silencio, que capta (como bien apunta el crítico) la esencia del film mucho mejor que los grandilocuentes, artificiosos e hinchados discursos que da el rey Enrique IV en sus últimos momentos de vida. Los personajes aceptan, en esta sencillísima escena, con desenfado y naturalidad (en un diálogo con el tartamudo Silencio, de gran carga cómica), la acechanza de la muerte en sus vidas.
Otra escena inolvidable es la del tierno saludo que hace Welles al nuevo rey, su amigo, que ahora es Enrique V. La necesidad de autoengañarse del personaje, la complejidad de los gestos que ejecuta el actor (mezcla de tristeza y "Esto en realidad es una broma") son cosas que a un amante del cine no se le pueden borrar de la memoria.