M. Night Shyamalan es un director cuyo genio aún no han aceptado los lameculos de Fellini y Godard. Se ha dicho lo peor de él: que es tramposo, que utiliza siempre los mismos artificios para engañar al espectador (Que yo sepa, lo más cercano que puede haber a un engaño es el final de El sexto sentido, ¡y ni siquiera!), etc, etc. Supongo que no tiene ese aura intelectual que se le pide a los genios, y así le trata la crítica, ni el efectismo barato que caracteriza a los realizadores de Blockbusters, y así le trata el grueso del público. Las malas famas que ha ido cosechando en su carrera: de fanático religioso (cuando en realidad condena abiertamente las religiones), de conservador (cuando en sus entrevistas ha sido altamente crítico con el conservadurismo americano) le han hecho perder, también, la afinidad de los progres. Así que el pobre Shyamalan se ha quedado solo, con un pobre puñado de espectadores que desde su primera hasta su última película le hemos sido fieles. El sexto sentido (1999) fue una película que, en su momento, infravaloré influido por los vituperios de muchos supuestos intelectuales con los que, en ese momento, tenía cierto contacto. Pero lo cierto es que la primera película estrenada en grandes salas del director indio supuso una verdadera vuelta de tuerca en el cine de terror. Lejano de las producciones para consumo adolescente que iban ganando terreno día día, Shyamalan compone una inteligente película donde el miedo no es un fin, sino un medio para hablarnos de la desolación de dos personas que no son capaces de comprenderse a sí mismas ni a su entorno: un niño con el don/castigo de poder ver gente muerta que le comunica su dolor y un atormentado psiquiatra, marcado por el fracaso y por la difícil relación con su mujer. El sentido del terror es sugerente, la cámara sabe inquietar en cada pausada secuencia... . Shyamalan marca aquí las pautas de un cine que utiliza como medio la narración fantástica, pero que está cimentado en sus personajes, trágicos héroes que no encuentran sentido a la ruta que sigue su vida y un talentoso estilo visual. Pocos discuten el que sea uno de los grandes films americanos de los ´90. El sexto sentido supuso un considerable éxito de crítica (nominada a seis oscars) y público: el más grande que haya obtenido hasta ahora el director. H. J. Osment y la famosa escenita del "en ocasiones veo muertos" es ya mítico . El protegido (2000) comenzó a sembrar malas críticas y decepciones entre los que se esperaban El séptimo sentido. Alejándose de cualquier planteamiento visto hasta ahora en el llamado cine de superhérores, Shyamalan construye una sorprendente mezlca de thriller fantástico y drama, donde los protagonistas son un hombre que descubre su inmunidad absoluta ante cualquier factor externo (Excepto el agua) y un hombre al cual el más mínimo golpe puede fracturar un hueso. En el centro de la trama encontramos una compleja diatriba sobre el bien y el mal y, otra vez, un magnífico drama familiar. Con su infinita potencia visual, vuelve a deslumbrarnos nuevamente, y se consolida, por fin, como un verdadero "auteur", con unos rasgos de forma y contenido cada vez más inconfundibles.
Tardó dos años en ofrecernos su siguiente producto, la hiperpublicitada Señales (2002), un film que separó a sus admiradores entre los que pensaban que es una basura sin ningún tipo de lógica, los que pensaban que era una oda a la cerrazón estadounidense (descartado públicamente por Shyamalan) y los que la calificaron de "otra obra maestra más". En mi opinión, Señales es una película inteligente e inquietante, magníficamente narrada y estructurada, con ese especial interés por los personajes que caracteriza el cine de Shyamalan un pelín simplificado. Sabe dar miedo, está rodada en estado de gracia, pero carece tanto de lógica que a ratos pierde credibilidad. Además, su complaciente, aparentemente teocrática y rotunda escena final (impuesta por la productora) le resta muchos enteros. Otros dos años habían de pasar para que nos llegara El bosque (2004), publicitada como un film de "miedo" al uso, pero que realmente era una lírica fábula sobre la inocencia y el poder del amor y del pánico como método político de control, aunque, eso sí, el terror (tanto en la forma como en el contenido) no dejaba de tener relevancia. El bosque da miedo, inquieta, pero también fascina por su trabajada estética, por su lírico uso de los simbolismos y de la alegoría. Otra vez, los personajes vuelven a ser el centro de un relato en esta pieza magistral de cine. Shyamalan, película a película gana en complejidad de matices, en solidez y fluidez narrativa. Su última película (y su último fracaso en taquilla hasta hoy), y la que ha motivado esta breve crónica sobre su trayectoria es, a mi parecer, la mejor de las que ha hecho hasta ahora. Aún más: lo mejor que nos ha dado el cine fantástico desde hace muchos años. Más todavía: Una obra maestra. La joven del agua (2006) nos introduce, desde el primer segundo, en la lógica de cuento de hadas infantil. Nos habla de un mundo primigenio en que los seres mágicos del agua y los hombres estaban unidos. Pero el hombre, en su afán por poseer (otra vez la profunda espiritualidad del director), se fue alejando y construyendo un mundo donde la destrucción marca el ritmo cotidiano. Esta nueva película tiene sabor a antología: todas las preocupaciones, éticas y estéticas del director, se dan lugar y conforman una obra de gran madurez, escrita con infinita inteligencia y rodada con mano maestra. De pronto, Shyamalan mezcla los géneros cinematográficos básicos, sin dejar que se contaminen entre sí, como si se llevara dedicando a esto cincuenta años: un curioso y casi omnipresente sentido del humor (que nos lleva de la sonrisa a la carcajada), una capacidad de emocionar, sin forzar las situaciones y con sinceridad, un talento para el terror y el suspense fuera de lo común, a veces sugiriendo y otras siendo explícito. La joven del agua es la película más personal que haya hecho el cineasta hasta ahora, la más honesta, la más libre. No hay un plano o un movimiento de la cámara donde no apreciemos su sugerente sentido visual y su impresionante imaginación; no hay un diálogo que no transmita emoción o inteligencia. Al principio, tenía miedo de ser decepcionado. Toda la trama fantástica, con aquel Mundo Azul perfectamente explicado con todo tipo de nombres ("narfs" y demás) me daba la sensación de que llevaría a la película a ser demasiado explícita. Pero no, en ningún momento perdí la fascinación por lo que me decía este verdadero maestro del arte de contar historias. Y me gustó mucho todo: sus personajes (Desde el protagonista hasta el más insignificante secundario), su humor, sus giros en la trama sin trampa ni engaño alguno, la inquietud que es capaz de crear, los diálogos, los actores (Giammatti y B.D. Howard, deslumbran)... formando así un conjunto absolutamente redondo, sin cabos sueltos ni carencias de ningún tipo. La película es un cuento, cargado de la poesía de la que ha impregnado sus últimas obras, pero sus personajes han salido de la vida real, del mundo cotidiano. Pueden estar exagerados en algunos casos, pero su solidez me resulta indiscutible. Todos ellos le sirven para crear una especie de compendio de las distintas culturas y razas de un mundo creciente en mestizaje. Algunos hilarantes (el tío que se pasa el día ejercitando su brazo), otros paródicos (el crítico, protagonista de una de las escenas de metacine más divertidas que haya visto en mucho tiempo), otros de aire trágico (el ensayista que interpreta el propio director, ¿quizás aludiéndose a sí mismo?)... . La problemática colectiva e individual sigue siendo el tema central del cine de Shyamalan, y sus respuestas aluden a una reforma espiritual, a sus ojos, la única solución posible en la zozobra del mundo contemporáneo. La "narf" que interpreta Bryce D. Howard será la que una a todos los personajes (de nuevo la alegoría social) y les haga encontrar su papel en un mundo donde, a nivel individual y social, vagamos a la deriva. Mención aparte merecen los dos sustos a base de aspersores: a eso le llamo yo saber jugar con el espectador, codearse con él, hacerle botar en el asiento para que, acto seguido, se eche a reír. La joven del agua es la recuperación del placer por el placer, pero también una verdadera transgresión en el cine fantástico. Shyamalan no sólo inmiscuye toda su persona en la película, sino que, en medio de su (matizada) sencillez, nos encontramos inteligentes reflexiones sobre el arte, el mundo post 11-S y sobre el hombre en sí mismo. Es una película que sabe dar miedo, emocionar y hacer reír a la vez. Y eso es casi más de lo que pido hoy en día a un producto salido de la Factoría. |
sábado, agosto 26, 2006
Trayectorias (I): M. Night Shyamalan
martes, agosto 08, 2006
Reivindicaciones (I)
La anguila (1997), de Shohei Imamura: Mi homenaje personal al recientemente fallecido Shohei Imamura será recomendar esta película, una de las últimas que hizo y que, tras ganar la Palma de Oro en el Festival de Cannes fue olvidada tanto por la crítica como por el público. Y es que La anguila tiene las mejores esencias del cine del director. Todo comienza como la amarga y violenta historia de un marido responsable y trabajador que asesina a su mujer al descubrirla con otro hombre, tras semanas de recibir inquietantes anónimos. Es difícil no revolverse incómodo ante la contemplación de Koji Yakusho apuñalando a su esposa mientras su camisa se tiñe paulatinamente de sangre. ¿Qué pensariais si os dijera que tras esta salvaje escena, la película de un giro radical, y pasa de ser un amargo y seco drama a una comedia tierna, afectuosa, comprensiva, sobre el amor a la vida y las segundas oportunidades?. De esto sólo era capaz el maestro Imamura, con su sentido del humor a veces surrealista, a veces ingenuo, combinando la violencia en su más crudo estado con un ternurismo cercano a lo infantil. Y sobre todo eso, un lirismo inconfundible, unos personajes del Japón provincial que suscitan el cariño del espectador en su ignorante vulgaridad, una curiosa visión del sexo... .
Una película que, a la vez, conmociona y emociona. Para este humilde cronista, la mejor de su autor, amén de no ser la más famosa.
Jugada de presión, de Paul Auster : Auster comienza aquí a edificar su peculiar universo de contingencias, personajes ajenos al mundo hasta límites casi irreales y, sobre todo, de una ciudad construida (y como la Torre de Babel, inacabada) sobre aquella tierra que los colonos europeos entendieron como el paraíso perdido: Nueva York. Aún tratándose de una novela que intenta imitar y homenajear las laberínticas tramas de Chandler y la aspereza de Hammett, y por tanto, quizás de la obra menos personal del autor, es interesante notar cómo desde esta primera novela comienza a crear en el seno de una novela negra un conjunto de temas (aquí tratados de forma casi "colateral") y obsesiones que desarrollaría en sus libros posteriores.
Jugada de presión no es una obra maestra, pero sus diálogos agudos e inteligentes, su irónico sentido del humor y la manera en que el novelista lleva el sórdido paisaje americano de los años 30 de Hammett hasta los 80 de Auster, la hacen una obra que no pierde el interés en ningún momento. Además, está muy bien escrita y algunos pasajes (Como el último encuentro sexual de Klein con su esposa) son simplemente deslumbrantes.
martes, agosto 01, 2006
El Cuarenta y Cinco
¿Te acordás, hermana, qué tiempos aquellos?...
la vida nos daba la misma lección,
en la primavera del cuarenta y cinco,
tenías quince abriles, los mismos que yo.
¿Te acordás, hermana, de aquellos cadetes,
el primer bolero y el té en el Galeón,
cuando los domingos la lluvia traía
la voz de Bing Crosby y un verso de amor?.
¿Te acordás de Plaza de Mayo,
cuando "El Que Te Dije" salía al balcón?.
¡Tanto cambió todo, que el sol de la infancia
de golpe y porrazo se nos alunó!.
¿Te acordás, hermana, qué tiempos de seca,
cuando un pobre peso daba el estirón,
y al pagarnos toda una edad de rabonas
valía más la vida que un millón de hoy?.
¿Te acordás, hermana, que desde muy lejos
un olor a espanto nos enloqueció?.
Era de Hiroshima, donde tantas chicas
tenían quince años, como vos y yo.
¿Te acordás que -más tarde- la vida
vino en tacos altos y nos separó?.
Ya no compartimos el mismo tranvía,
sólo nos reúne la buena de Dios... .
María Elena Walsh
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